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EFE-ElEspectador.com

“El político más popular del planeta”, dijo Barack Obama para describirlo. El diario francés Le Monde y El País de España lo escogieron como el Personaje del Año en 2009. La revista Time lo bautizó como “La personalidad de la década”. Cuando Luiz Inácio Lula da Silva dejó la Presidencia de Brasil, en enero de 2011, era una estrella de rock.

La revista Time estaba realmente enamorada. Cómo no. Semejante personaje: hijo de un padre sindicalista que alguna vez terminó preso por liderar una marcha. Hijo de una familia humilde en el poblado de Caetés, históricamente sumergido en la pobreza. “Hijo auténtico de la clase trabajadora brasileña”, escribió Michael Moore para la revista en un artículo publicado en la edición anual de la publicación, que reúne, destaca y alaba a los personajes que “cambian el mundo”.

Lula era el resumen el sueño del socialismo del siglo XXI. El sueño de la igualdad. Y ahora está condenado en primera instancia a nueve años y seis meses de prisión por corrupción pasiva y lavado de dinero, según informó el tribunal del juez Sergio Moro, quien se ha encargado de estar al frente de la investigación del carnaval de la corrupción brasileña, que tiene al 61 % del actual Congreso investigado, a una expresidenta destituida -Dilma Rouseff- y al actual presidente -Michel Temer- al borde de correr con la misma suerte. Del Congreso depende que se sostenga o no en su cargo.

Entonces, mientras Brasil y el continente entero estaban pendientes del futuro de Temer, de pronto Lula se roba el show. Y no de la manera en la que él está acostumbrado. Ya la prensa había prácticamente desestimado las denuncias en su contra. El mundo estaba pendiente, sobre todo, de su candidatura para las elecciones de 2018. Según las encuestas, es el más opcionado a ganar, a pesar de tener investigaciones abiertas. Parecía que Lula salía invicto de las cuatro causas penales por las que era investigado y ahora resulta condenado por el juez Moro, quedando tan mal parado como sus colegas.

Pero Lula es especial. No es Dilma Rouseff, su ahijada política, a quien su cercanía con él no la salvó de la destitución. Pero, sobre todo, no la salvó de abandonar la Presidencia con una popularidad del 8 %. Lula no es Michel Temer, el actual presidente, quien tiene una popularidad del 7 %, la peor de la historia del país.

Lula dejó la presidencia siendo el presidente brasileño más popular de todos los tiempos, con un 87 % de favorabilidad.

A pesar de ser el fundador del Partido de los Trabajadores (PT), decidió apoyar el modelo económico de Fernando Henrique Cardoso, su antecesor. Gracias a eso la economía brasileña creció un 41 % anual y la tasa de desempleo pasó del 10,5 % en 2002, al 5,7 % justo antes de salir de la presidencia.

Esas cifras hicieron que fuera el invitado especial a incontables foros y conferencias por todo el planeta. Pero lo más impresionante, lo que lo convirtió en este hombre que iba de gira por el mundo como un Rolling Stone (descrito así por la prensa local) fue su lucha y su triunfo contra la pobreza.

“Bolsas de Familia” es uno de los proyectos más destacados de su mandato. Consistía en subsidiar a familias que recibieran una renta mensual inferior a US$80. La medida permitió que 29 millones de personas salieran de la pobreza. De eso habló varias veces en sus conferencias por el mundo.

Sin embargo, el dinero recibido por aquellas charlas es uno de los pilares de la investigación que hoy lo tiene en aprietos. La Fiscalía reveló que se pagaron montos equivalentes a US$8 millones, entregados al Instituto Lula, una entidad sin ánimo de lucro fundada por él, y a una empresa creada en 2011. En teoría, el dinero obedecía al pago por sus honorarios.

No obstante, las investigaciones le apuntaron a determinar si dichas conferencias realmente sucedieron, o si el dinero era parte de la red de sobornos que tiene al gobierno de Brasil salpicado.

Otra de las banderas de su gobierno fue el repunte de Petrobrás, y por Petrobrás tiene el agua al cuello. La venta de acciones de la empresa en bolsa recaudó US$70.000 millones, lo que le permitió maniobrar para impulsar la compañía durante su presidencia.

Lula fue acusado de ser el beneficiario de un apartamento tríplex en el balneario de Guarujá (São Paulo), ofrecido por la constructora OAS a cambio de su influencia para obtener contratos en Petrobrás, y de que la empresa costeara los gastos de almacenamiento de sus bienes.

Tras conocer la sentencia, Lula negó los cargos. Le atribuyó todo a una conspiración para impedir su candidatura en las próximas elecciones. Se necesita una sentencia igual en segunda instancia para eso.

Mientras tanto se sostiene. Él sabe el poder popular que viene amarrado a su nombre. Se necesita eso para decir lo que alguna vez aseguró, después de que su nombre saliera manchado por la red de sobornos: “Tengo una historia pública conocida. Sólo me gana en Brasil Jesucristo”.

Fuente y Fotografía ElEspectador.com

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Por Oscar Mendez

Periodista Colombiano y Director del Portal Web www.radionoticiascasanare.com