Hernán Darío Gómez vivió en Panamá la bipolaridad normal que generan el fútbol, las contradicciones con base en los resultados, el silbar un día para aplaudir efusivamente al otro. Una paradoja que sólo se explica de una manera: luego de la derrota con Estados Unidos, por 4-0, el Mundial de Rusia era lejano; tras la victoria 2-1 contra Costa Rica, la cita de 2018 es una realidad. El Bolillo y su temperamento, El Bolillo y su excesiva sinceridad; Hernán Darío y su carácter explosivo. Esta vez no fue necesario cruzar miradas desafiantes o entrelazarse en batallas irónicas con periodistas locales. Esta vez valió llorar, por supuesto de alegría, hasta incluso de rabia, por los que hablaron mal o de más.
Su estilo no cambió antes, ahora mucho menos con tres clasificaciones a copas del mundo, todas con selecciones diferentes. Colombia a Francia 98, Ecuador a Corea y Japón 2002 y Panamá a Rusia 2018. Criticadas su metodología, su forma de expresarse, un poco chabacana, sus peleas innecesarias, sus palabras de más. “Siempre seré yo y punto”, dijo cuando llegó a la dirección técnica del país vecino. Nunca ha sido dubitativo. Por el contrario, viene de la generación que aprendió a jugarlo todo al rojo o todo al negro; a perder duramente o a consagrarse en la victoria.
“Yo me río de las críticas”, dijo con su nieto en los brazos, con los ojos aguados y luego de conseguir algo histórico para un país en el que el fútbol siempre se vio opacado por el béisbol. Lo llamaron conformista por asegurar hace unas semanas que lo que más contento lo pondría sería un repechaje; lo tildaron de desorganizado y permisivo con sus jugadores y de no tener claro lo que hacía. “Todavía no he aprendido todo lo que tengo que aprender de este deporte y eso que tengo 61 años”. Sus excesos retóricos nunca han sido bien vistos, pero hay algo que reconocerle: sea cual sea su forma de proceder, tiene un gran porcentaje de éxito. Y eso le basta para demostrar que así es como se hacen las cosas, que así funciona una eliminatoria.
Con 13 puntos, producto de tres victorias, cuatro empates y tres derrotas (-1 la diferencia de gol), los panameños viven el momento más importante de su historia futbolística gracias al hombre que “murió” en Colombia, para muchos por un arrebato, por un hecho infame y sin precedentes. “Me lo merecía”, dijo tiempo después sobre su salida de la selección, con la honestidad que siempre ha procurado profesar. Aún hoy su naturalidad sigue molestando, incomodando y hasta causando risa. El Bolillo, el mismo que bailó el Pirulino en pleno estadio Atahualpa luego del empate con Uruguay que les dio el tiquete a los ecuatorianos a Corea y Japón 2002, el que se movió al ritmo de los cánticos de la hinchada luego de entrar el hexagonal final con Panamá tras la victoria sobre Jamaica, vivirá otro Mundial, el tercero en su cuenta como entrenador principal, quinto en total, haciendo de esta cita un hábito de buenas costumbres para él.
Pase lo que pase, con el odio de muchos, el amor de otros y la indiferencia de los demás, Hernán Darío Gómez viajará a Rusia el próximo año, estará dirigiendo en la cita más importante del fútbol y ese placer, esa dicha de unos pocos, nadie se la va a poder quitar.
Fuente y Fotografía ElEspectador.com