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ROZABA los seis meses de edad Vladimir Putin cuando falleció el gobernante de la Unión Soviética, Iósif Dzhugashutli, más conocido como Joseph Stalin, el líder con más años en el poder desde principios del siglo XX. Hoy, con 71 años y tras su contundente reelección de este domingo se encamina a arrebatarle ese récord.

El actual hombre fuerte del Kremlin, vio la luz en San Petersburgo, el 7 de octubre de 1952, bajo el gobierno de mano dura de Stalin. Casi seis meses después, el siguiente 5 de marzo, en su casa de verano (dacha) de Kontsevo, tras sufrir una hemorragia cerebral murió el “hombre de acero”, uno de los protagonistas de la política en el siglo pasado y en el dictador que, en los 10.636 días en el poder, gestó una sociedad industrial socialista -convirtiendo a la URSS en el segundo país industrial del mundo- y consolidó su poder absoluto, con el con sabido culto a su personalidad y una brutal represión a cualquier forma de oposición, en un régimen de terror que años después fue revelado.

Oriundo de Georgi (Georgia), el gestor del sistema soviético que operó por más de tres décadas irrumpió en la política de mano de Lenín a inicios del siglo pasado y en el clima revolucionario de 1917 comenzó a perfilarse como un hombre de Estado, con unas características muy claras: taciturno, tímido, de carácter complejo y ambivalente, pero con gran capacidad organizativa.

Incluso Lenin, que en 1912 había identificado en Stalin un modelo de revolucionario, proletario, resuelto y a veces brutal, en una carta al Congreso de 1922, y que sólo se dio a conocer más tarde, alertó que “al convertirse en secretario general, el camarada Stalin ha concentrado en sus manos un inmenso poder, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizarlo con suficiente prudencia”. Y el tiempo le dio la razón. Su sucesor se convirtió en dictador con una bandera de terror que mantuvo hasta el día de su fallecimiento.

Como político y estratega se le reconoce su importante rol en la Segunda Guerra mundial por dos victorias claves ante los alemanes, considerados en su momento el ejército más fuerte del mundo. La primera, la de Stalingrado, el más colosal choque militar de la época y que fue un punto de inflexión para el conflicto global; y, la segunda, la batalla de Berlín que llevó a la rendición final del III Reich de Hitler.

Así la batalla de Stalingrado (1942-1943) y aquella bandera roja de la victoria ondeada sobre el Reichstag en Berlín (mayo de 1945) dieron a la historia el mito de Stalin, el hombre que salvó a su pueblo de la barbarie nazi a pesar de los millones de muertos y la destrucción de cientos de ciudades.

Hoy, siete décadas después de la muerte de Stalin, el reelecto mandatario de Rusia, Vladimir Putin, evoca este mito para justificar la “ofensiva militar especial” –como la llama- contra su vecina Ucrania, argumentando que es una lucha para “desnazificar” ese país, por ser una amenaza a su seguridad nacional.

Si bien los gobernantes rusos han llegado al poder de diferentes maneras y, generalmente han hecho una carrera desde abajo en el Partido Comunista –cuyo nombre ha mutado en más de una ocasión-, el caso de Putin es único. Tras ser durante años agente de la KGB (servicio de seguridad soviético), la mayor parte en Alemania, irrumpió en la política y tan solo nueve años después le llegó la presidencia en bandeja de plata: Boris Yeltsin y su círculo íntimo, por recomendación inicial del entonces periodista Valentín Yumashev, lo eligieron, a dedo, para liderar el país en el siglo XXI.

Yumashev fue el yerno, uno de los asesores más cercanos de Yeltsin y quién le dio el primer empleo a Putin en el Kremlin, en 1997. Fue así como descubrió sus “capacidades gerenciales”, según relató a la BBC años atrás, en la que agregó que era una persona “brillante formulando ideas, analizando y argumentando sus planteamientos”.

Fue así como cuando Yeltsin, el primer mandatario tras la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1991) y antes de concluir su segundo período, ante el deterioro de su salud, empezó a buscar un sucesor y lo encontró, por calidades que iban desde lealtad con el proyecto político hasta compromiso y gestión, en quien ya fungía como primer ministro (agosto de 1999), Vladimir Putin.

Tras el anuncio que sorprendió a su país y al mundo, en el filo de la medianoche del 31 de diciembre de ese año, Yeltsin renunció a la presidencia de la Federación Rusa y desde ese momento, primero en calidad de mandatario interino y luego ratificado en las urnas, empezó el gobierno Putin, el primero de toda una era que acaba de cumplir 24 años y se extenderá, como mínimo, seis más, tras el aval que el 87% de los rusos le dieron a su reelección.

Con esta quinta reelección, luego de incumplir su promesa de no reformar la Constitución para mantenerse en el poder, el hombre fuerte del Kremlin, salvo caso fortuito, concluirá su periodo con 78 años, convirtiendo su gobierno en el más longevo desde Stalin.

Si tiene las capacidades físicas, mentales, así como buena gestión, es muy factible que busque otro período, lo que lo llevaría hasta 2036, ajustando 83 años de edad.

Vale aclarar que, en 2008, por la imposibilidad constitucional de reelegirse inmediatamente, Putin hizo un enroque con Dimitry Medvedev, quien fungió como presidente, pero él como primer ministro continuó dirigiendo los destinos del país, por lo que su era política se cuenta desde 1999.

Otros gobernantes

Con corte a hoy, Stalin estuvo 10.636 días en el poder y Putin suma 8.979, récords que salvo este último no se volverán a registrar hasta mediados del presente siglo.

Les precedieron figuras con aportes claves para la ‘desestanilización’ soviética, el ascenso y disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la conformación de la Federación Rusa (actual) que el impredecible Putin, un nostálgico del vasto territorio de países aliados, quiere ampliar. De allí la anexión hace una década de Crimea, de la región del Donbás, Jersón y, seguramente, de muchos más territorios ucranianos.

El tercer gobierno más largo en ese país, el más extenso del mundo, que copa parte de Europa del este y Asia del Norte, fue el de Leonid Brezhnev, cuyo mandato superó los 18 años (1964 a 1982, exactamente 6.601 días).

Durante el gobierno de este líder ucraniano (nació en Kamianské, centro de ese país), la influencia global de la Unión Soviética creció considerablemente, en parte debido a la expansión militar del país durante este período. Su mayor lunar fue la economía, al punto que su período fue bautizado como el del estancamiento brezhneviano, que llevo a una grave situación productiva y política, que desembocaron en la disolución de la Unión Soviética, en 1991.

Su predecesor, Nikita Khruschev, estuvo casi una década al mando ruso. Gobernó entre 1953 y 1964 (ajustando 3.536 días), durante gran parte de la Guerra Fría. Oriundo de la aldea rusa de Kalinovka (imperio ruso), fue responsable de la “desestalinización” parcial de la Unión Soviética, respaldar el programa espacial nacional e implementar varias reformas relativamente liberales en materia de política interna, al igual que una flexibilización para la expresión artística.

Fue bajo su mandato cuando se reemplazó el concepto de que la URSS era una dictadura del proletariado (doctrina Stalin) por el término de “Estado de todo el pueblo”. 

En 1985 fue elegido el abogado Mijaíl Serguéyevich Gorbachov como secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética y tres años después designado como jefe de Estado de la Unión Soviética, cargo que ejerció hasta el 25 de diciembre de 1991, cuando en un histórico discurso comunicó a su país y al mundo que la URSS dejaba de existir.

El fallido intento de golpe de Estado en su contra -por las reformas políticas y económicas que implementó- ocurrido entre 19 y el 21 de agosto de ese año, aceleró la desintegración de esa ‘superpotencia’ y así, esa navidad se puso fin a 70 años de la gigantesca Unión, al igual que a más de cuatro décadas de Guerra Fría.

La ‘perestroika’ (reestructuración) y la ‘glasnot’ (transparencia) implantadadas por Gorbachov desde su llegada al Kremlin cambiaron no sólo a Rusia, que luego de las revueltas que en 1989 llevaron a la caída de regímenes comunistas en Polonia, Hungría, Rumania y la República Democrática Alemana decidió no intervenir, sino a sus otrora aliados.  Por ello le fue otorgado el Nobel de Paz en 1990.

Su gobierno, aunque tan solo de cinco años, fue el de mayor impacto geopolítico global en el cierre del siglo XX.

Fuente y Fotografía Elnuevosglo.com

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Por Luisa Fernanda Arias

Periodista Colombiana y Editora del Portal Web www.radionoticiascasanare.com