Si el carnaval es el exceso que precede al letargo, Rio de Janeiro se volcó en una enorme fiesta para despedir a sus Juegos, aquellos que tanto le hicieron sufrir hasta que empezaron y que después vibraron con su pasión única ante un mundo que ahora volverá a mirar hacia otro lado.
Pero eso será mañana, cuando a Brasil le despierte la áspera realidad que le sacude desde hace meses y que lanzó sobre la lona a aquel gigante que volaba imparable hace una década.
Esa nación con la ambición de un joven que se iba a comer el futuro sedujo al COI hace siete años, cuando Rio recibió las llaves olímpicas. Ahora las devuelve a cuatro días de que su presidenta, suspendida desde mayo, sea juzgada por el Senado para decidir si es destituida finalmente.
Aunque en carnaval uno puede ser quién quiera y Rio quiso ser su versión más alegre esta noche, que terminó con el Maracaná recordándole con samba a la ‘cidade maravilhosa’ por qué, pese a todo, lo es tanto.
Poco queda de aquel descaro de 2009 aplastado ahora por la crisis, pero a partir de hoy se queda el recuerdo de unos Juegos que vencieron a los malos augurios, los primeros que llegaron a Sudamérica, un continente que es vida, que es deporte, que es fuerza y que ya es olímpico para siempre.
“Fueron siete años de mucha lucha y mucho trabajo, pero valió la pena cada segundo, cada minuto, cada día, cada año”, afirmó desde el estrado Carlos Arthur Nuzman, presidente del Comité organizador de Rio-2016.
Peor suerte corrió el alcalde de la ciudad, Eduardo Paes, que fue abucheado antes de pasar la bandera olímpica a Tokio.
El viaje de Rio hasta la última parada del Maracaná ha tenido muchas curvas y pocos han salido cómo entraron.
– Purpurina y nostalgia –
Como un atleta que gasta sus últimas fuerzas para celebrar la medalla que soñaba, los anfitriones celebraron una marca que nadie esperaba danzando con sus escuelas de samba en un estadio que aún supuraba la felicidad de la víspera. Con menos ambiciones conceptuales que en la apertura, los organizadores se lanzaron a las calles y Rio mostró esa imagen exuberante que llena las postales y que se diluye después en unos barrios donde no todo es purpurina.
Una vez al año, sin embargo, la ciudad brilla en carnaval, como durante estos 16 días en los que fue la capital del mejor deporte del planeta.
La lluvia de una noche especialmente desapacible vino a recordar, sin embargo, lo que ya todo el mundo sabía. Las fiestas cuando son de despedida acaban sucumbiendo a la pesada carga de la nostalgia, y Brasil también es ‘saudade’, un término que sólo existe en portugués y que concentra todo lo mejor y lo peor de la añoranza.
Así lo recordó el artista y compositor Arnaldo Antunes, cuya voz profunda fue la calma tras la fiesta de los atletas en la pista, que liberados ahora de la presión de la competición y del severo sacrificio de la élite convirtieron el templo del fútbol en una enorme pista de baile, con DJ incluido, rodeados de sus 206 banderas.
– Héroes de Rio –
No hubo la formalidad, el protocolo y los nervios de la apertura, sino la levedad de miles de deportistas que, para bien o para mal, se van ahora con un ciclo cumplido. El que acabó en Rio.
“No tengo saudades/ de lo que viví/ porque todo continúa aquí. En la superficie de la piel / que en mí siente / el viento del pasado/ en el presente”, recitó Antunes.
El mismo viento que no podrá llevarse la garra de Rafaela Silva gritándole en el tatami a toda una vida peleada desde ese lado de Rio que no ven los focos.
Una lucha que le llevó al límite desde la violenta Cidade de Deus, una favela que como todas no estaba invitada a la fiesta, pero que fue protagonista por un día con el oro de su vecina al cuello, el primero para Brasil en Rio. Un trozo de gloria atravesaba la ciudad hacia esos rincones donde cada noche retumban los tiros cruzados.
Esa imagen de Rafaela desgarrada que con su kimono azul fue una de las más aplaudidas del resumen de los momentos inolvidables que han dejado las 306 pruebas de los 42 deportes que se han disputado en estos Juegos. Tampoco faltaron las gestas increíbles de Phelps, Bolt y Biles, o el gol de Neymar, que el Maracaná volvió a cantar como si el tiempo se hubiera detenido en una de las escenas más intensas de Rio-2016.
Y con la antorcha ya apagada, Tokio con la bandera olímpica bajo el brazo y el estadio comenzando a vaciarse, la samba seguía sonando en la pista, como si Rio quisiera aferrarse a un sueño que sabe que se va.
Cuando Brasil le demostró al mundo que él también podía.
Fuente y Fotografía ElEspectador.com – AFP