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La discusión, de entrada, no es sencilla: los secretarios de Defensa y de Estado de Estados Unidos, John Kelly y Rex Tillerson, estuvieron ayer en México como emisarios del presidente Donald Trump, después de que éste amenazara al país vecino con derogar los tratados comerciales (de los que depende buena parte de su economía), construir un muro que México (según él) pagará, decomisar las remesas de los inmigrantes para financiarlo y enviarle a todos los migrantes deportados, sin fórmula de juicio y sin importar de qué país provienen. Es evidente que México los recibe con los brazos cruzados y que tanto Tillerson como Kelly reconocen la molestia y tratan, por los medios diplomáticos, de suavizar el golpe de vuelta.

Esa es una capacidad de la mayoría del gabinete de Trump: suelen ser más cautos que su jefe. Aunque Tillerson también reconoce las necesidades en seguridad de su país, ha determinado, al menos en público, que todo es un asunto por discutir. En ese sentido, México ha respondido en dos direcciones: con la blandura que le critican a su presidente, Enrique Peña Nieto, y la más reciente reacción de fuerza que dio su ministro de Exteriores, Luis Videgaray. Dos días después de que el gobierno de Trump revelara las nuevas medidas contra los migrantes indocumentados, que dejan a México como la principal víctima, Videgaray dijo en una entrevista con el diario Reforma: “No vamos a aceptarlo porque no tenemos que aceptarlo. Quiero ser claro, en la manera más enfática, que el gobierno de México y los mexicanos no aceptarán las medidas que un gobierno quiere imponer de manera unilateral sobre otro”.

Por eso, el gobierno mexicano se prepara para responder a las intenciones de Trump. Sus nuevas medidas de migración consisten, en resumen, en deportar a cualquier indocumentado (virtualmente a los 11 millones que viven en Estados Unidos) con los menores trámites posibles y por las razones más ínfimas. La letra menuda de esas medidas dice que los indocumentados serán devueltos no al lugar del que son nacionales sino al lugar desde el que entraron a Estados Unidos. Dado que la mayoría de indocumentados son de México y de Centroamérica, y todos ellos entran por los más de 3.000 kilómetros de frontera que comparten ambos países, México recibiría en los próximos meses a cientos de miles de migrantes, cuyo destino deberá resolver el gobierno mexicano. No es un trabajo menor.

Videgaray aseguró en la misma entrevista que acudirán incluso a Naciones Unidas para defender a los migrantes. No es claro el modo, pues para el momento en que una demanda de esa suerte surta efecto en la plenaria de Naciones Unidas, los indocumentados ya habrán sido deportados y el problema, de cualquier modo, sería de México. Como en los años 80 y 90, cuando México tuvo que administrar la migración de cientos de miles de guatemaltecos que huían de la guerra civil en su país, Naciones Unidas podría prestar su ayuda logística para mantener sanos y salvos a estos migrantes que, es muy probable, pedirán asilo en México.

La segunda estrategia es acudir a las cortes en Estados Unidos para detener los procesos de deportación. Ya ha dado resultados: el veto contra los migrantes fue bloqueado en los estrados judiciales (y el muro correría la misma suerte con los argumentos legales adecuados). De nuevo, es una bomba de tiempo: mientras se tramitan los procesos, los deportados ya estarán del otro lado de la frontera, y si México quiere acudir a Naciones Unidas, lo más conveniente es que se convierta en un ejemplo de cuidado de los migrantes (aunque sus propias fuerzas de migración hayan detenido y deportado, desde 2014 y en nombre del Plan Frontera Sur, a cientos de centroamericanos que buscaban entrar en su país de camino a Estados Unidos).

La tercera estrategia es diplomática. Videgaray es cercano a Jared Kushner, yerno de Trump y actual consejero en política exterior. Fuentes diplomáticas le aseguraron a The Guardian que “la estrategia sería un hombre”. Kushner ha sido el encargado de limar las perezas después de que Peña Nieto, impulsado en parte por la presión pública, cancelara la cita que tenía con Trump el 31 de enero. Kushner también concertó la llamada telefónica que tuvieron los dos mandatarios días después y la reunión de ayer entre enviados de ambas partes. Las soluciones podrían recaer, simple y llanamente, en las buenas conversaciones entre dos hombres.

Las discusiones, en cualquier caso, van más allá del muro y la migración. México y Estados Unidos comparten economía de una manera muy activa: Estados Unidos también tiene un mercado importante en su territorio vecino, no tanto como México (cuyas exportaciones fronterizas son del 80 %), pero lo necesita. México ha ayudado hasta ahora a disminuir el flujo de migrantes con su propio plan fronterizo y un muro no es una salida del todo efectiva, como se ha comprobado con muchos otros que han sido construidos en el mundo. Trump quiere ver su relación con México de una manera unidireccional. Tillerson y Kelly son tal vez conscientes de que es más complejo.

Fuemte y Fotografía ElEspectador.com

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Por Oscar Mendez

Periodista Colombiano y Director del Portal Web www.radionoticiascasanare.com