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Niños indígenas, las otras víctimas de la pederastia

El cura los llamaba al cuarto, los emborrachaba y abusaba de ellos. Hace más de cinco años violó a niños de los pueblos zapotecos, entre los que estaba mi hijo. Es un sufrimiento muy grande (…) Pero si Jesús murió por nosotros yo también doy la vida por mi hijo, voy a hablar y no tengo miedo de sus maldiciones”.

En noviembre de 2015, Narcisa Mendoza, una indígena del pueblo zapoteco, de México, dirigió esta carta al papa Francisco, en espera de que sea leída en medio de su visita al país. Le narra cómo su hijo fue víctima de pederastia, le ofrece disculpas al papa por contarle tan vergonzosos hechos, cuenta que sus denuncias han sido desestimadas y que aquellos sacerdotes que se han unido a ella para alertar del tema han sido removidos de sus cargos. Sus palabras serían solo una denuncia de muchas contra el padre Gerardo Silvestre Hernández. (Vea la carta de la madre aquí)

De las vejaciones que este sacerdote cometió contra varios niños de Oaxaca se ha escuchado en varios medios de comunicación de México desde hace algunos años. En 2012 se hablaba de 45 víctimas, pero hoy una organización que defiende a los niños habla de cerca de 100.

Un comerciante humilde de San Pablo Huitzo, Pedro Mendoza Flores, fue uno de los primeros en hablar del tema, cuando en 2012 hizo público ante los medios que el sacerdote había violado a su hijo en el año 2006 cuando éste era acólito. Al igual que Flores, han salido a la luz señalamientos de padres de familia como María del Carmen Santos Sandoval, entre otros, que se acercaron a denunciar a Gerardo Silvestre ante los curas de sus parroquias o las autoridades locales. No obstante, hasta hoy solo hay una denuncia formal ante la justicia mexicana, el resto desistió.

Y es que, tal como contó a este diario Alejandro de Jesús, representante del Foro Oaxaqueño de la niñez –que ha seguido de cerca las denuncias contra este sacerdote–, muchos padres de familia han decidido no proseguir con sus acusaciones a causa de las fuertes intimidaciones que reciben por parte de miembros de la Iglesia, además de la lentitud de la justicia mexicana. “Todo esto lo encubrieron sacerdotes que vinieron a defender al cura Silvestre y a amenazarnos. Decían que todo era mentira y que a mi hijo lo iban a meter al consejo de tutela”, cuenta Narcisa Mendoza en la misiva dirigida al papa.

“Esta situación, paradójicamente, es muy mal vista, pero no para el cura. Cuando estuvimos en Villa Alta (Oxaca), nos dimos cuenta de que a los niños que denuncian estos casos les dicen ‘cogepadres’, entonces muchos se van de estas comunidades como si fueran los victimarios”, explica Alejandro de Jesús.

“Yo me acerqué a la comunidad a hablar de un tema muy delicado que me había mencionado el diácono Ángel Noguera en 2009. Él había llegado a la parroquia de Villa Alta poco después de que se fuera Gerardo Silvestre de allí. Después de una pastoral se me acercaron algunos colaboradores muy cercanos de la Iglesia, me contaron sobre los casos de abuso y me dijeron: ‘padre, queremos pedirle que por su medio el arzobispo se entere de esto, son hechos muy dolorosos, porque para nosotros, él (padre Silvestre) es el ministro de Dios. Lo que queremos es que el arzobispo se lo lleve, lo rehabilite y cuando ya esté bien, ahí sí lo regrese. Es mucho el daño que ha hecho”, le dijo a El Espectador Apolonio Merino, uno de los más de nueve sacerdotes que han denunciado este caso ante sus superiores.

El padre Apolonio es uno de los curas que escucharon bajo confesión a víctimas directas de Gerardo Silvestre, también a familiares de estas; incluso, cuenta que se reunió en alguna ocasión con un profesor de la zona, quien le relató como este sacerdote abusaba de grupos de menores.

En la mayoría de los casos, el alcohol era la forma de atraer a los adolescentes. “El padre tenía, al parecer, un gusto por el alcohol. Entonces llamaba a los adolescentes, les convidaba cerveza y una vez tomados realizaba actos indecorosos contra ellos. En otras ocasiones los llevaba a lugares solitarios o a los basureros y es ahí donde ocurrían las cosas”, relata Merino, que después de escuchar a la comunidad se acercó al arzobispo José Luis Chávez Botello, quien pidió no hacer caso de “calumnias que podían llevar a la Iglesia a la división” y le pidió apartarse de los hechos, pues esa, además, no era su función.

Lo que siguió fue una serie de destituciones. Así sucedió con el diácono Ángel Noguera y con Apolonio Merino, a quienes la Iglesia les otorgó una pensión. La sanción impuesta para este último se basó en la acusación de haber roto el celibato, un hecho que Merino acepta. “Aquí, más 80 % del clero oaxaqueño tenemos familia y mujer, es algo que muchos sacerdotes saben y yo no lo niego”, señala el sacerdote, que manifiesta que si bien “tropezó en el camino”, como muchos otros, eso no borra la realidad de sus denuncias y los abusos sexuales y agrega que ha sido víctima de persecución en busca de silenciarlo.

Y es que después de estas destituciones, y ante las declaraciones a los medios del arzobispo, que aseguraba “que no había pruebas suficientes y que todo hacía parte del afán de un sector de curas para calumniar y difamar” a su Arquidiócesis, fueron más de ocho los sacerdotes de Oaxaca que exigieron al Vaticano iniciar una investigación en contra de Gerardo Silvestre. (Lea aquí la solicitud de investigación)

El Vaticano no hacía oídos sordos a la petición e inició la investigación. Sin embargo, ésta determinó que “no pesa denuncia verosímil que justifique la intervención de este dicasterio (…) A su vez se invita al diálogo sereno que redunde en un mayor bien de unidad pastoral”, tal como señala el documento emitido por la Congregación para la Doctrina de la Fe. El grupo de sacerdotes apeló y solicitó en una carta fechada el 4 de agosto de 2010 una nueva indagación sobre el encubrimiento del arzobispo al sacerdote, algo que hasta hoy no se ha iniciado. (Vea la respuesta de la iglesia tras esta investigación)

Mientras tanto, Gerardo Silvestre era trasladado en repetidas ocasiones de parroquia. De acuerdo con los registros, durante cerca de cuatro años el cura fue movido siete veces de lugar, una conducta común cuando los sacerdotes cometen pederastia, pues lo que hace la Iglesia es protegerlos y alejarlos de los escándalos, tal como explicó a este diario Alberto Athié, exsacerdote que denunció el sonado caso de abuso de menores por parte del cura Marcial Maciel, fundador de la poderosa Legión de Cristo.

Para 2013 la justicia mexicana dictó medida de aseguramiento preventiva contra Gerardo Silvestre por un solo episodio de abuso y a la fecha está en el reclusorio de Tlaxiaco, pero su caso estaría a punto de precluir, ya que no hay ninguna sentencia. El sacerdote quedaría pronto en libertad.

Por su parte, las víctimas y sacerdotes denunciantes temen que nadie responda por el presunto encubrimiento del arzobispo Chávez Botello, pues justo esta semana se cumple su tiempo en este cargo y vendría un relevo. En este contexto es que la visita del papa Francisco cobra gran relevancia para ellos. Aseguran que la presencia del pontífice en México a partir de hoy es la oportunidad para que la Iglesia escuche a las víctimas. “Si no es el papa, ¿quién?”, dice De Jesús, quien asegura que, a pesar de que un encuentro entre las víctimas de pederastia por parte de curas y Francisco ya fue descartado de la agenda oficial, intentarán hacer llegar los testimonios al sumo pontífice.

“Mi experiencia me muestra que en estos casos de pederastia hay tres tipos de responsabilidad: la del cura por abusar de menores, la de la Iglesia que con su mecanismo institucional para enfrentar estos casos no tiene sanciones ejemplares, solo una conducta de encubrimiento; y el tercer tipo de responsabilidad, el de la ley, por dilatar la justicia, revictimizar y condenar a los denunciantes a desistir ante la falta de acción oportuna”, concluye Atihé, quien dice estar de acuerdo con el papa Benedicto XVI cuando dijo: “¡Cuanta suciedad hay en la Iglesia!”.

En cifras:

3.420 curas han sido condenados en la Santa Sede por pederastia desde 2004.

848 fueron apartados del servicio sacerdotal, la pena más dura que contempla el derecho canónico.

Fuente y Fotografía ElEspectador.com – dfranco@elespectador.com – Agencia EFE

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Por Oscar Mendez

Periodista Colombiano y Director del Portal Web www.radionoticiascasanare.com