Hace 45 años, el entonces presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, visitó la República Popular China. Era la primera vez que un presidente estadounidense lo hacía. Hasta ese momento Estados Unidos no reconocía sino a una sola China: la República de China. Mejor conocida como Taiwán y liderada por un gobierno que huyó del continente tras el ascenso de Mao Zedong. Un país que la RPC considera una “provincia rebelde” y no un Estado Soberano. Pero con la visita de Nixon todo cambió: Taiwán pasó a segundo plano y China se puso al frente. Esa ha sido la base de las relaciones, no siempre cordiales, entre ambos países.
Pero, al parecer, el presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, va a ponerle fin a 45 años de relaciones entre ambos países. Trump está poniendo a prueba la paciencia china y eso va a generar, inevitablemente, un conflicto. En reiteradas ocasiones durante la campaña presidencial, Trump hizo referencia a China como un país abusivo con los Estados Unidos. Pero ya elegido fue que empezó con las provocaciones. Primero, aceptó una llamada de la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, generando el rechazo de China, que vio el hecho como una provocación a su soberanía.
Luego, en una entrevista con Fox, dijo que no entendía por qué “tenemos que estar ligados por una política de ‘una sola China’ a no ser que lleguemos a un acuerdo con China que tenga que ver con otras cosas, incluido el comercio”. Pero ese fue, apenas, el principio. Esta semana, durante una audiencia en el Senado de los Estados Unidos, su candidato a secretario de Estado, el expresidente de ExxonMobil, Rex Tillerson, le mandó otro dardo a China, al cuestionar sus intereses en el mar de China Meridional, que China considera suyo.
Hay que decirlo: la pelea no empezó con Trump. China y sus vecinos llevan décadas peleando por quién controla el mar de China Meridional. El año pasado, la Corte de la Haya falló en contra de los intereses chinos y dijo que una parte de este mar, que China dice que es suya, le pertenece a Filipinas. China no reconoció el fallo y se dedicó, en cambio, a solucionar el problema por sus propios medios. El presidente chino, Xi Jinping, se reunió con su homólogo filipino, Rodrigo Duterte, y lo convenció de bajarle el tono a la confrotación.
Lo hizo tras prometerle a Duterte que lo iba a ayudar con su guerra contra las drogas. O, mejor dicho, con su sangrienta campaña para acabar con todo lo que le parezca un drogadicto. Duterte, de repente, rompió con Estados Unidos y se unió a China. “En este evento anuncio mi separación de Estados Unidos, económica pero también militar. Me he separado de ellos, así que dependeré de ustedes durante largo tiempo. Pero no se preocupen: al igual que ustedes nos ayudarán, nosotros les ayudaremos”, dijo Duterte durante un evento el pasado 20 de octubre.
China, hábilmente, pidió no mirar estos acercamientos con una mentalidad de “Guerra Fría”. Así que las tensiones entre ambos países ya estaban. Pero, hay que decirlo, estas han aumentado con Trump. En China, las palabras de Rex Tillerson han sonado a amenaza de guerra; aunque el gobierno chino ha evitado referirse al respecto, algunos medios oficialistas ya lo han hecho y han dicho -palabras más, palabras menos- que Trump no sabe con quién se está metiendo. “Tillerson debería ilustrarse sobre las estrategias de potencias nucleares si quiere forzar a una gran potencia nuclear para retirarse de sus propios territorios”, dijo, en su editorial, el Global Times.
Y Xi Jinping, a diferencia de Trump, es más hechos que palabras. Y, ante la inminente llegada de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos, ha hecho desafiantes movimientos militares, como pasar su único portaaviones, el Liaoning, por el estrecho de Taiwán. Pero este enfrentamiento promete ser no solo militar sino también económico. En ese sentido, Trump fue el primero en mostrar los dientes, al postular para el Consejo Nacional de Comercio a Peter Navarro, un hombre que lleva décadas hablando sobre la necesidad de una política más agresiva con China.
China y Estados Unidos, como las dos mayores economías del mundo, se necesitan mutuamente y un enfrentamiento entre ambas sería catastrófico. Excepto para una persona: para el presidente ruso Vladimir Putin, quien se ha acercado tanto a China como a Estados Unidos, quedando bien con unos y otros. Los próximos años van a ser de transformación para el sistema global y, seguramente, el mar Meridional de China va a ser la manzana de la discordia por varios años.
Fuente y Fotografía ElEspectador.com