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“El dictador sirio Bashar al Assad lanzó un horrible ataque con armas químicas contra civiles inocentes usando un agente nervioso mortal”. Con estas palabras comienza el discurso con el que el presidente estadounidense, Donald Trump, justificó el bombardeo de una base aérea en la región en la que se produjo el ataque químico este 4 de abril, en el que murieron 86 personas, entre ellos 30 niños.

“Esta noche ordené un ataque militar contra la base aérea en Siria, desde donde se lanzó el ataque químico”, dijo Trump. Fue la “respuesta apropiada” que había prometido horas antes el secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, al crecer la indignación por el ataque químico en Siria, por el que Estados Unidos culpa al gobierno de Bashar al Assad. Fueron 60 misiles crucero lanzados desde buques en el Mediterráneo contra instalaciones del gobierno de Bashar al Assad.

“Es vital interés de seguridad nacional de Estados Unidos prevenir y disuadir la propagación y el uso de armas químicas mortales”, expresó Trump desde Mar-a-Lago, su mansión en Florida y donde se encuentra reunido con el presidente chino, Xi Jinping. “Pienso que lo que ocurrió en Siria es un crimen verdaderamente indignante y no debió ocurrir y no se debió permitir que ocurriera”, dijo Trump horas antes, en su camino a Florida.

Se trata del primer bombardeo en Siria durante la administración de Donald Trump y, de hecho, del mayor ataque ordenado por su gobierno, que había bombardeado Yemen, pero que no había actuado contra instalaciones del régimen sirio. Pero Trump no se limitó a ordenar un bombardeo. El presidente estadounidense hizo un llamado a todas las “naciones civilizadas” para “que se unan a nosotros en la búsqueda de poner fin a la masacre y derramamiento de sangre en Siria”.

Todo esto por encima de las advertencias rusas. El Kremlin había dicho que atacar Siria sería una torpeza. Y es que Rusia es uno de los mayores defensores del gobierno de Al Assad que calificó este ataque como una agresión, a través de medios oficiales.

Consecuencias

¿Qué consecuencias podría traer este ataque? El primer disgustado sería Rusia, puesto que ha entregado sus fuerzas militares al servicio de Al Asad para combatir a los rebeldes. Si existe una víctima rusa entre las posibles bajas por los bombardeos estadounidenses, el conflicto podría escalar hasta un punto impensado. Las reacciones más recientes de Rusia a ataques contra su personal o armamento militar han sido diplomáticas, por ejemplo, la ruptura temporal de relaciones con Turquía por el derrumbe de uno de sus aviones. Pero este es un campo distinto: en Siria confluyen todas las potencias y la línea entre el diálogo, la acción armada proporcional y el desgaste que significaría una guerra más amplia es muy delgada.

Trump tomó una decisión que Barack Obama nunca se atrevió a tomar. En 2013, el entonces mandatario advirtió que la “línea roja” que no podía cruzar Al Asad era el uso de armas químicas. En agosto de 2013, cuando su gobierno cometió un bombardeo con químicos —gas sarín, el mismo que se utilizó en Jan Sheijun—, Obama no cumplió su promesa y en cambio enfocó todos sus esfuerzos en bombardear al Estado Islámico —hasta ahora, en su coalición con más de 68 países, ha realizado más de 19.500 bombardeos—.

El lanzamiento de misiles sobre la base aérea siria es también un mensaje político que señala el cambio de administración. Trump arguyó que lo ordenaba como parte de una política necesaria para “la seguridad de los estadounidenses”. Sin embargo, en el mismo día en que recibió al presidente Xi Jinping —un mandatario ante quien debe demostrar fuerza— y en que ha expresado su voluntad de enfrentar a como dé lugar a Corea del Norte, Trump ha decidido bombardear Siria: es un rasgo de fuerza que define su estrategia en la geopolítica y delinea su estrategia militar.

Además, significa que Trump quiere darle un vuelco a la balanza en el conflicto sirio. Hasta ahora su papel militar se había limitado al bombardeo contra estaciones y zonas de influencia del Estado Islámico y a armar a los kurdos en su lucha contra el grupo yihadista. El ataque químico del que acusa a Siria fue un punto, se entiende, demasiado alto para Trump —el alegato de la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, es prueba de ello—, de modo que había que responder con “seriedad”, como aseguró el secretario de Estado, Rex Tillerson, pocas horas antes de los bombardeos.

Una respuesta de este tenor podría indicar, en ese sentido, dos escenarios. El primero, una afrenta de Trump a Rusia. No parece, sin embargo, muy probable, puesto que las relaciones entre ambos países han sido hasta ahora definidas por una delicadeza diplomática necesaria que no combina con una decisión repentina de ataque. No: el ataque no es contra Rusia, sino contra Al-Asad. Y ese es el segundo escenario: Trump quiere indicarle al presidente de Siria que es capaz de atacarlo. Quiere sentar un precedente. Un ataque a una base militar y no a la capital —siempre puede pensarse para peor— indica que el objetivo del magnate es dar un preaviso, una advertencia en cierto sentido generosa. No haberlo atacado, como indicaron algunos expertos, habría sido darle el mensaje de que los ataques químicos están permitidos y darle la oportunidad de que siguiera ejecutándolos.

“La gran diferencia que Trump y sus comandantes enfrentan ahora —asegura Greg Jaffe en The Washington Post— es la presencia de tropas rusas en el campo de batalla y de los sistemas de defensas aéreos rusos que son capaces de derribar un avión estadounidense”. Rusia se encuentra tal vez mejor armado que Estados Unidos para un enfrentamiento en Siria, puesto que tiene una base aérea en Latakia y una naval en Tartus, desde las que despegan sus aviones para bombardear diferentes puntos en dominio de los rebeldes y del Estado Islámico. Estados Unidos, en cambio, tiene hasta ahora una estrategia puramente aérea y muy restringida al ataque contra el Estado Islámico. El régimen de Al Asad es un enemigo muy diferente: con influencia en tierra, con el poder militar y aéreo y el apoyo de Rusia, lleva un camino ya adelantado en la defensa de su territorio, en donde ya ha podido revitalizar su influencia previa al comienzo de la guerra en 2011 en territorios como Alepo. Al Asad no retrocede tan fácil.

El lanzamiento de misiles sobre la base aérea Al-Sharyat, en Homs, es el resultado de un fracaso continuo. Desde el año pasado, Naciones Unidas intentó condenar los ataques de Siria sobre la población civil —que superan el hecho de haber usado armas químicas: el gobierno de Al Asad es recordado por lanzar bombas barril—; sin embargo, Rusia obstaculizó cualquier posibilidad de imponerle sanciones económicas o políticas. Estados Unidos, durante la presidencia de Obama, se mantuvo pasivo y se inclinó más por el diálogo político, que impulso a través de Naciones Unidas. Francia y Gran Bretaña, enemigos declarados de Al Asad, han buscado determinar la suerte de su gobierno con pésimos o nulos resultados. La opción de bombardear parece, en ese sentido, el último camino en una guerra ya demasiado confusa.

Sin embargo, Trump tiene también la responsabilidad de andar con mucho cuidado. El conflicto en Siria es un campo minado: cuando parece liberarse un campo, se abre otro. En 2014, tras los vacíos territoriales que dejaron los enfrentamientos militares entre oposición y oficialismo, el Estado Islámico decidió apoderarse de al menos el 50 % del territorio sirio. De ampliarse el conflicto y los actores involucrados —una entrada de Estados Unidos podría significar, en parte, la entrada de Gran Bretaña, Francia y Canadá—, Trump deberá tomar decisiones por dos bandas: de un lado Siria y su aliado ruso; del otro, el Estado Islámico, al que calificó de grave amenaza durante su campaña y al que prometió derrotar. Dos conflictos al mismo tiempo, sin contar con las intenciones chinas de hacerse con parte de los territorios del Mar del Sur, por lo cual Trump prometió mantenerlos a raya. Son demasiadas ambiciones al mismo tiempo, sumadas a un mal pasado militar en las intervenciones en Irak y Afganistán. Un escenario es en exceso desfavorable para un presidente que apenas empieza.

Fuente y Fotografía ElEspectador.com

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Por Oscar Mendez

Periodista Colombiano y Director del Portal Web www.radionoticiascasanare.com