Las personas atrapadas bajo los escombros de los edificios arrasados por el sismo del martes en México juegan con el tiempo en contra, pues el aguante del cuerpo humano en situaciones extremas es de 72 horas, según expertos, y los equipos de rescate siguen desbordados trabajando por salvar vidas.
“La norma oficial mexicana considera que, después de 72 horas, no es posible que una persona sea rescatada“, expresó a Efe el doctor Manuel Bárcenas, quien se encontraba en un perímetro acordonado asistiendo a las autoridades en un rescate en la colonia Linda Vista de Ciudad de México.
Las condiciones a las que se enfrentan las personas son extremas, ya que los escombros provocan “un aplastamiento de órganos”, lo que puede causar que se lastimen más rápidamente, “se destruyan” y, finalmente, conducir a la muerte.
Además, el aire está biológicamente contaminado a causa “del gas natural que tenían ellos (los vecinos) conectado”.
También hay alimentos en estado de putrefacción dentro de las viviendas, lo que sumado al polvo puede provocar una neumoconiosis que obstruya los pulmones.
Esta enfermedad, causada por la inhalación de partículas, fue muy común en los sobrevivientes del temblor sucedido en México en 1985, que dejó 20.000 muertos según cifras oficiales, y exige tratamiento neumológico.
Con todo, el tiempo no es estricto ni dicta necesariamente el límite de la supervivencia humana. El médico recuerda el terremoto de 1985 y advierte de que en aquel entonces fueron encontradas personas con vida después de una semana.
“Me tocó ayudar en esa época y encontramos mucha gente viva”, refirió.
Expresó que la manera de afrontar el paso del tiempo que amenaza la vida de las personas atrapadas es llegar hasta los heridos y alimentarlos.
Lamentablemente, en el edificio que le tocó supervisar a Bárcenas, en la calle Coquimbo, no ha habido forma. “No pueden pasarles ahora (las autoridades) ningún tipo de alimento”, aseguró.
El doctor vislumbra la posibilidad de que muchas de las personas atrapadas ingieran su propia orina para mantenerse con vida y superar así el umbral de las 72 horas.
Salomón Pérez, uno de los vecinos de un edificio colapsado por este sismo, de magnitud 7,2 en la escala de Richter, expresó a Efe que “el tiempo pasa demasiado lento” mientras se espera a que saquen a las personas atrapadas, estén vivas o muertas.
La espera viene acompañada de incertidumbre. El hombre, de edad avanzada, confiesa que la lentitud y la falta de datos le hace tener el ánimo inestable.
“Ya vamos para 48 horas y no puede ser. Están ocho todavía ahí adentro y no sabemos si están vivos o muertos”, contó visiblemente desolado.
Después, lamentó que los vecinos afectados por esta catástrofe se encuentren “maniatados”, sin poder actuar, presos del tiempo y la inacción. “A estas alturas no queda más que esperar a las 72 horas; desgraciadamente así es”, expresó.
El personal médico de Ciudad de México sigue realizando labores de apoyo al personal de rescate, auxiliándole en la curación de “contusiones, heridas o cortaduras”, explicó Bárcenas.
“Estamos aplicando vacuna de tétanos y vacunas posteriores”, agregó.
El tiempo acecha también a numerosas construcciones de la capital, donde se considera que hay aproximadamente 30 con graves daños y en riesgo de derrumbe.
Existen en la urbe 209 escuelas afectadas y al menos 500 que deberán ser revisadas tras el potente movimiento telúrico.
Además, se desconoce realmente el número de personas vivas o fallecidas bajo los escombros, según reconoció el jefe del Gobierno de Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera.
Por el momento ya se han contabilizado al menos 100 muertos y 1.800 heridos de diversa consideración en la ciudad, y se estima que hay 39 edificios destruidos, cifra que podría variar en cualquier momento pues las autoridades han alertado de la posible caída de varias estructuras.
El tiempo sigue avanzando hacia las ominosas 72 horas mientras los equipos de rescate, apoyados por un despliegue extraordinario de la sociedad civil, tienen que apelar, entre otras cosas, a la naturaleza superviviente del ser humano.
Fuente y Fotografía ElEspectador.com