Enormes barricadas metálicas y entramados de púas flanqueaban este lunes una garita en Tijuana en el paso de frontera entre Estados Unidos y México, despertando el temor de un cierre definitivo en esta vibrante zona económica tras la llegada multitudinaria de migrantes centroamericanos.
Tras un cierre momentáneo del cruce binacional, la garita San Ysidro parecía un gigantesco estacionamiento al formarse un cuello de botella vehicular y de peatones que batallaba para fluir de la mexicana Tijuana a la estadounidense San Diego.
“Parece que el tiempo se congeló. Nada se mueve. Ni los coches, ni la gente, ni mi negocio”, dice a la AFP Armando López, un vendedor de periódicos, cigarros y gomas de mascar que no ha logrado vender su mercancía.
Lo mismo opina la vendedora de burritos y panqueques de nata, que no tiene ni un cliente en su carrito adornado con el letrero: “Welcome to Tijuana”.
La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP por su sigla en inglés) anunció la suspensión por varias horas del paso “para colocar materiales de reforzamiento adicional”, que consiste en alambres de púas y altas vallas metálicas.
Esta estrategia quiere evitar lo que el presidente Donald Trump considera una “invasión” por la caravana migrante, cuyos integrantes huyen de la violencia y pobreza en sus países y quieren buscar en Estados Unidos una vida mejor.
En un viaje de más de un mes desde San Pedro Sula, en Honduras, miles de centroamericanos –en su mayoría familias hondureñas- han ido cruzando, a veces a la fuerza, las fronteras a lo largo de su camino hasta llegar a Tijuana.
A esta ciudad del noroeste de México, la última escala antes de Estados Unidos, ya han arribado unos 3.500 migrantes y se espera que otros 3.000 lleguen a partir del martes.
La gran pregunta es si, una vez reunidos, cruzarán a la fuerza como lo hicieron en la frontera de Guatemala con México, o se apegarán al largo y tedioso proceso legal para pedir asilo en Estados Unidos.
“Economía en peligro de muerte”
Tras colocar el reforzamiento, las autoridades estadounidenses reabrieron parcialmente el paso en San Ysidro.
Del lado mexicano, se erigieron barricadas con grandes pedazos de metal oxidado y las entradas eran flanqueadas por el espinoso entramado. Además, decenas de policías federales y militares vigilaban la zona.
“Me parecen muy bien estas defensas”, opina Arturo González, un estadounidense de 35 años que se desespera a bordo de su camioneta negra ante la larga y lenta fila para pasar a su país.
Él se encarga del mantenimiento de una escuela en Estados Unidos, pero vive en México porque ahí los alquileres son más baratos.
“Por culpa de esos hondureños nos están afectando a nosotros, ¡Que los corran!”, añade en un español con fuerte acento, antes de subir la ventana eléctrica de su vehículo.
Caminando rápidamente por el paso peatonal, la mexicana Ana María Gutiérrez lleva prisa para llegar a su trabajo de enfermera en un hospital psiquiátrico en San Diego.
“No se dan cuenta del impacto que tiene cerrar la frontera. No sólo es la economía que está en peligro de muerte, estamos hablando de las vidas de las personas y las familias”, argumenta, antes de mostrar sus documentos a los agentes fronterizos y perderse en suelo estadounidense.
“Bad hombres”
México y Estados Unidos comparten una frontera de más de 3.000 km a través del desierto, por la que continuamente pasan ilegalmente indocumentados, drogas y armas.
Pero también cruzan un millón de personas diariamente de manera legal, mientras que el comercio en la línea fronteriza genera un millón de dólares por minuto, según cifras oficiales.
Solo en la garita de San Ysidro cruzan 70.000 vehículos diariamente de sur a norte, así como 15.000 estudiantes y 25.000 empleados.
Trump, que desde su campaña electoral maneja un discurso belicoso contra los migrantes llegando a calificarlos de “criminales” o “bad hombres”, dispuso el envío de hasta 9.000 soldados a su frontera sur ante la inminente llegada de la caravana, y advirtió que sólo aquellos que crucen por un punto oficial podrán pedir refugio.
El sábado, la oficina en Tucson, (Arizona, sur de EEUU) de la CBP recomendó a las “empresas comerciales revisar y actualizar sus planes de negocios, en caso de perturbación en las operaciones comerciales”, lo cual ocurriría si “la caravana llega y trata de entrar a la fuerza”, añadió.
Amelia Prados, una mexicana que trabaja en un banco de Tijuana, dice que “Estados Unidos se defiende de un peligro que no existe. Es solo gente que busca trabajar y huir de una violencia que el propio Estados Unidos provocó en Honduras”.
Hacia el extremo este de la larga frontera, un centenar de soldados estadounidenses también montan guardia en el cruce entre Laredo y Nuevo Laredo, instalando una reluciente valla de concertina, el alambre de púas que brilla como una serpiente plateada bordeando la orilla de un río.
Fuente y Fotografía Colprensa-elnuevosiglo.com.co