LAS DICTADURAS se imponen o se caen, pero, por lo general, no intentan acomodarse por la mitad. Veinte años después, Nicolás Maduro busca legitimar su régimen celebrando elecciones presidenciales este domingo, pero olvida que, para que este nuevo llamado a las urnas sea válido, antes hay que garantizar los requisitos básicos de una democracia: el respeto al opositor. Algo que, dice la mayoría opositora, no ha existido.
Amplios sectores de la oposición han denunciado que desde finales de 2017, cuando algunos miembros de la Asamblea Constituyente anunciara su intención de adelantar las presidenciales para el primer semestre, el chavismo empezó a violar las garantías electorales y constitucionales.
Entronado en Miraflores, por la complicidad de las instituciones, el chavismo adujo que las elecciones quedaban fijadas para mediados de abril, lo que desató la furia opositora y el levantamiento temporal del ahora moribundo diálogo en República Dominicana. Decidió, entonces, de manera complaciente, acomodarlas un mes más tarde, en mayo, pese a que estaban establecidas para diciembre.
Esta razón, que se une a la debacle económica y al bloque para abrir un canal humanitario que ayude a sopesar el desabastecimiento de alimentos y medicinas, ha llevado a que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y partidos cercanos a ella, se abstengan de participar.
Los fantasmas del pasado han vuelto, sin embargo. Concertada entre todos los sectores de la Unidad, algunos analistas, y los mismos integrantes de esta coalición, han recordado que el “error histórico” de la oposición fue no haber participado en los comicios legislativos de 2005, que le abrieron la puerta a Chávez para que se reforzara la Constitución Bolivariana a través de una mayoría absoluta.
Sin desconocer ese hecho, la mayoría opositora ha reiterado que ejercerá uno de los pocos derechos que le queda: el de no hacer. Omitir, en vez de actuar. Una manifestación pura de desapruebo a un régimen sustentado en la violación del Estado de Derecho.
La decisión, como suele pasar en la dirigencia opositora, ha generado discrepancias. Al principio, se rumoraba que algunos sectores iban a participar, convencidos de que el nivel de desazón era tan alto, que cualquier llamado a las urnas iba a ser una victoria. Pero llegó el adelanto abrupto de las elecciones, la hiperinflación llegó a dos dígitos (hoy está en 13.000%, según el FMI) y la mesa de diálogo en República Dominicana se desvaneció en contadas semanas.
Un miembro, no adscrito a la MUD, pero contradictor del régimen, empezó a surgir a mediados de febrero. Henri Falcón, el exgobernador de Lara, quien había sido ministro de Hugo Chávez y opositor de Nicolás Maduro, anunció su candidatura, abriendo un boquete en la oposición.
Muchos de estos líderes, desde el momento en que se conocieron las intenciones de este exmilitar, dijeron que Falcón era “una ficha del chavismo”. No lo ven como parte de ellos, sino como la cara que, impuesta por el régimen, intenta darle credibilidad a las elecciones.
“El candidato del hambre”, como se le conoce a Falcón, ha recorrido Venezuela, defendido una y otra vez que la dolarización es el antídoto para salir de la crisis económica. “Este plan evitará que los corruptos impriman billetes a placer y será el mecanismo para recuperar el valor del trabajo venezolano”.
Convocando a un gobierno de transición, Falcón marca bien en las encuestas. Según el último sondeo publicado por Datanálisis, el candidato opositor y Nicolás Maduro estarían en un empate técnico, situación que las demás mediciones desvirtúan, favoreciendo al Presidente.
Atrás de los punteros, Javier Bertucci, el pastor evangélico opositor al régimen, ronda alrededor de los 20 puntos. Al inicio de la campaña, él y Falcón tuvieron algunas conversaciones para unirse, pero hoy cada uno aspira por su lado. De no haber sido así, el segundo tendría más posibilidades de llegar al Palacio de Miraflores, según las encuestas.
Por qué no, Falcón
Lo curioso, según algunos analistas, es que muy pocos creen en la posibilidad de que “el candidato del hambre” le gane a Maduro. En cambio, cinco años atrás, muchos creían que Henrique Capriles, quien marcaba bajo en las encuestas, acabaría con la hegemonía chavista.
En 2013, al final de una noche de diciembre, las botellas de champaña, cuenta un historiador (que prefirió no dar su nombre), estaban listas para celebrar la victoria de Capriles, quien le sacaba una pequeña ventaja al sucesor de Chávez. Unos minutos después, las botellas quedaron intactas. Maduro ganó.
La oposición, desde entonces, ha dicho que hubo fraude electoral. Han pasado cinco años en los que, mes tras mes, ha defendido la tesis de que el Centro Nacional Electoral (CNE), cuya presidenta es Tibisay Lucena -la funcionaria más antigua del chavismo- no brinda condiciones electorales.
El chavismo, poco a poco, se ha encargado de deslegitimar las bases de un proyecto socialista que Chávez, en diferentes episodios, defendió en las urnas, bajo la consigna de “nosotros ganamos las elecciones”.
Esa idea, así fuera difícil de aceptar para la oposición, era irrefutable. Ahora, no es más que una “frase de cajón”. Al servicio del régimen, el CNE ha jugado con las fechas como si se tratara de naipes: nunca dio una fecha para el referendo revocatorio de Maduro y, en pocos días, cambió las elecciones presidenciales; unas veces sí, otras no.
Antes, en apariencia, los sectores de la oposición creían más en las instituciones. Eso explica cómo luego de la muerte de Chávez se organizaron alrededor de Capriles. Pero de un tiempo para atrás, muchos no tienen la más mínima credibilidad y optan por la apatía. Una apatía no sólo en lo electoral. Como dijo María Planchart, una joven que le contó a The Wall Street Journal, sobre la agonía por la que pasa para conseguir alimentos, “los venezolanos hemos perdido hasta el valor”. La crisis, el desabastecimiento, sólo da para sobrevivir.
Otros participan
De 30 millones, casi 20 están llamados a las urnas. Pese al llamado abstencionista, algunos analistas estiman que habrá opositores que prefieren ejercer su voto y muchos chavistas -pocos convencidos, muchos arrepentidos- también lo harán.
Según la ONG, “Suprema Injusticia”, el chavismo ha acomodado todo para que esta noche Maduro grite de nuevo “Viva la revolución”. Tanto en lo electoral como en la entrega de subsidios, el chavismo ha captado la voluntad de los electores que, presuntamente, son afines a su causa.
“Aquí hay en marcha un proceso de compra de votos, de seguimiento del voto, con la instalación del Punto Rojo y la obligación a la militancia de escanear el ‘Carnet de la Patria’ luego de votar, junto a ofrecimientos explícitos para sellar el compromiso”, escribe la organización.
Medios locales e internacionales han denunciado que el régimen compra un voto por la suma de “un millón de bolívares”, lo que sirve, aunque aparente ser una cifra monumental, para comprar tres huevos.
Además de esta práctica, basado en avanzados sistemas tecnológicos, el régimen monitorea a quienes ejercen el voto mediante un “código QR” insertado en el ‘Carnet de la Patria´, que, según el analista del Crisis Group, Phil Gunson, en diálogo con El Estímulo, “contiene detalles personales sobre los beneficios que cada individuo recibe, y la amenaza – implícita o explícita – de que estos beneficios serán cortados a aquellos votantes que no hagan lo que el gobierno quiere”.
Una de las posibles medidas contra la persona que no ejerza el voto es dejar de repartir la bolsas de alimentos conocidas como CLAP (Comité Local de Abastecimiento y Producción), un mecanismo de “control social que aumenta la dependencia del Estado, además de un extraordinario negocio para seguir fugando divisas en comisiones y compras con sobreprecio”, denuncia el activista Luis Carlos Díaz.
La posibilidad de que esta noche Nicolás Maduro cante victoria es muy alta. Cooptando todos los espacios publicitarios, comprando el voto y amedrentando a la gente, el líder del chavismo está a las puertas de su reelección, en un país que revive enfermedades que ya se creían erradicadas en la región y, hoy, es más pobre que Haití.
Algunos sectores de la oposición han convocado a nuevas movilizaciones este lunes 21 de mayo “para desobedecer al dictador”, dice el lema. La tensión en las calles, un año después de las marchas contra Maduro, podría aparecer de nuevo. Pero algunos dicen que se sacrifica mucho y no se gana nada. Sólo represión. La de una dictadura que hoy se confirma como tal.
Fuente y Fotografía Colprensa-elnuevosiglo.com.co